
En verano nos va de maravillas lo que en invierno queremos evitar: paredes frescas.
Nos gustan las casas antiguas de gruesas paredes, una iglesia con suelo de piedra, una bodega semienterrada, una cueva en un frondoso bosque … porqué? El suelo o un muro grueso son grandes masas térmicas que conservan su temperatura templada que en verano suele ser más baja que la temperatura ambiental.
Las superficies frescas producen el efecto radiante a la inversa: del cuerpo humano a la envolvente. Impulsando agua fresca por los circuitos radiantes podemos crear esta sensación de frescor natural en casas y oficinas, más confortable y más saludable que las corrientes de aire frío de los equipos de AACC.


calor y frío confortable con el mismo sistema
La instalación idónea para un buen clima interior en invierno también sirve para el verano: las paredes radiantes – al igual que los techos y en menor medidas los suelos radiantes – pueden funcionar también en verano y así rentabilizarse doblemente…
mejor en pared y techo
Por motivos de confort es mejor tener nuestra superficie corporal expuesta a una superficie fresca lateral. Si no son suficientes los metros cuadrados disponibles en pared (para cubrir la demanda de frío) podemos completar la pared con un techo radiante. Como usamos los mismos paneles, el rendimiento es igual de alto en pared y en techo (pero mayor que en el suelo). Además, la convección residual de superficies horizontales en este caso es favorable: baja el aire fresco del techo hacía la zona de confort.
Hay que tener en cuenta dos aspectos importantes: Necesitaremos más superficie para refrescar que para calentar porque el salto térmico – la diferencia entre la temperatura de la pared y del aire interior – es menor.
Impulsaremos agua fresca (no muy fría) a nuestra instalación en pared o techo para garantizar un óptimo confort (temperaturas suaves y equilibradas) y para evitar condensaciones y gastos energéticos excesivos.

controlar la humedad interior
Hemos tratado el tema de las condensaciones en otra ocasión; a modo de resumen: La humedad del aire interior se eleva constantemente con nuestro uso: al respirar, cocinar, lavar y ducharnos. Hace falta ventilar bien – en horas frescas – para sacar la humedad; en algunas zonas de la península (con calor constante y húmedo) será necesario usar dispositivos técnicos para controlar la humedad interior.